24 mayo, 2021

Él me llamó por mi nombre

Esta historia está basada en el Evangelio de Juan 20: 1-18.

Eran las seis de la mañana, todavía estaba oscuro y el cielo marino, repleto de estrellas. No hacía frío, pero soplaba un viento suave y fresco. Los pájaros apenas comenzaban a acicalarse en las ramas de los árboles, bañaban a sus polluelos y trinaban con dulzura. No podía creerlo, ¿cómo es que mi corazón estaba tan adolorido y el mundo alrededor respiraba con tanta calma?
Me sentía física y emocionalmente débil mientras caminaba hacia Su tumba. Cuando llegué, vi que la piedra enorme y pesada ya no estaba. ¡Yo vi con mis propios ojos cuando pusieron la piedra para tapar la tumba! ¡No puede ser posible! 
Corrí dentro de la tumba y confirmé mis peores sospechas. Se lo habían llevado. Hay muchos que saquean tumbas para hacer más dinero, sobre todo ahora. No puede ser. No, Dios no puede permitir que le pase esto al cuerpo de su propio Hijo. No, tranquila, María, confía. ¡Respira, respira! 

Corrí de nuevo hacia la casa donde los discípulos estaban escondidos, nunca me había oído gritar tan fuerte, pero estaba angustiada y frustrada. Acompañada por mis lágrimas, le grité a Pedro y a Juan, que fueron a los primeros que vi dentro de la casa: ¡Han quitado la piedra! ¡Se han llevado a nuestro Rabí! ¡No sé qué sucedió, pero no está!
Juan corrió más rápido que Pedro, entraron a la tumba y yo los seguí, con las manos temblorosas, con la frente sudando frío. Oraba a Dios: Señor, Tú eres el que tiene el control de todas las cosas que pasan, ayúdanos, te lo suplico. ¿Qué haremos sin Jesús? Estuve con Él tanto tiempo escuchando sus enseñanzas. Él me enseñó todo lo que sé de ti, de la Torá. Los discípulos y yo, las otras mujeres, siempre nos sentimos acompañado. Él nos llenaba de paz y nos Guiaba a donde debíamos ir, física y espiritualmente. Me siento sola, me siento perdida. No veo el futuro, Dios. Te necesito. ¡Por favor, haz que alguien pueda decirme dónde está el cuerpo de tu Hijo, te lo ruego! 

Pedro y Juan corrieron de vuelta a la casa, seguramente planearían algo. Estaban tan pálidos como yo. Ni siquiera me preocupé por volverlos a llamar, sólo me senté en la acera y lloré. No sabía qué más hacer. Volví a caminar dentro de la tumba. No sabía que este día Dios tenía preparadas muchas sorpresas para mí. Había dos hombres sentados a los extremos del lugar. Pensé que eran jardineros que habían llegado para saber lo que estaba sucediendo. Fue un momento extraño, a pesar del alboroto, sentí paz. Ellos no eran cualquier tipo de hombres, estaban vestidos de ropa de seda, parecía demasiado cara, brillante y blanca. Incluso me pareció ver que brillaba, pero pensé que era mi imaginación, por el dolor acumulado. ¿Qué es lo que estás imaginando María Magdalena?
Ellos me preguntaron por qué lloraba y entonces pensé que si fueran ángeles, nunca me habrían preguntado algo así. Les expliqué el robo del cuerpo de Jesús, mientras trataba de contener mi llanto.
Salí de la tumba y entonces otro hombre, que pensé que era otro jardinero, se aproximó a mí y volvió a preguntarme lo mismo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? 
Me sentí vulnerable y aún más herida, ¿por qué no entendían estos hombres lo que estaba sucediendo? ¡Jesús no estaba, Jesús se había ido, Jesús estaba en silencio! ¡Tal vez no volveríamos a verlo!
Le dije que si me decía dónde estaba, yo iría rápidamente por Él y lo sacaría de ahí. 
Entonces él se rio con suavidad y pude escuchar su voz, esa voz que antes nos había enseñado, guiado y bendecido con su sonido: María, ¡aquí estoy!

Lo miré a los ojos y las lágrimas se desbordaron sobre mis mejillas sin darme cuenta. "¡Raboni!", exclamé, casi sin aire y sin poder creer lo que veía. Pero así había sido siempre con el Maestro, tenía que esperar sorpresas, regalos y desafíos. Ese era su estilo. Hacer que los que no veían, vieran y los que buscaran, encontraran.

Él volvió a decirme: María, te he observado todo este tiempo. Sé lo que estás sintiendo y te entiendo. Sé que te sientes perdida, pero aquí estoy yo. Yo soy el camino. Sé que parece que no hay futuro, pero tan solo confía en que yo lo sostengo. Sé que tu corazón está triste, pero ya estoy aquí y yo lo llenaré con paz y alegría. Nadie puede darte esto en el mundo, pero yo sí y para eso estoy aquí.
Quise abrazarlo, pero Él me dijo: Antes de celebrar contigo esta victoria, primero necesito que me hagas un pequeño favor, ¿podrías? Pronto me sentaré a la diestra de Dios y reafirmaré mi dominio sobre el futuro, la tristeza, el dolor y la muerte. ¿Confías en mí?
Asentí, emocionada por sus palabras y le dije que sí. Ahora mis lágrimas eran de agradecimiento a Dios.

Me envió a decirle a los discípulos la mejor noticia de todas. ¡Las profecías se cumplieron, Jesús cumplió su palabra y todas sus enseñanzas ahora tienen un nuevo sentido! ¡Resucitó! ¡Está vivo! ¡Nuestra fe nunca será en vano! 
No sé por qué Jesús me escogió para ser la primera en verlo resucitado y además enviar este mensaje, pero hoy entiendo que Él me llamó por mi nombre y que le encanta llenar de sorpresas maravillosas a aquellos que lo siguen. 


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