Toda cicatriz alguna vez fue una herida, toda herida tuvo un
proceso para llegar a ser una cicatriz: ellas cuentan una historia de
lucha y de superación.
Me encanta la forma en la que el cuerpo humano fue diseñado
de forma tan sabia e increíble por Dios que responde ante el más mínimo ataque
de cualquier agente externo, y además, tiene la función de ayudarnos, minimizar
el dolor y renovarse por sí solo. Me recuerda lo que 2 Corintios dice: "Lo viejo
ha quedado atrás, ahora todo es nuevo".
Las cicatrices tienen una buena historia que contar debido a que el cuerpo invirtió tiempo y esfuerzo para sanar. Lo mismo sucede con nuestras heridas emocionales: para convertirse en cicatrices, para que podamos portarlas con orgullo, necesitan de un proceso arduo. No obstante, las heridas del corazón son más rebeldes para cicatrizar. Duelen profundamente, les lleva más tiempo recuperarse.
Las cicatrices tienen una buena historia que contar debido a que el cuerpo invirtió tiempo y esfuerzo para sanar. Lo mismo sucede con nuestras heridas emocionales: para convertirse en cicatrices, para que podamos portarlas con orgullo, necesitan de un proceso arduo. No obstante, las heridas del corazón son más rebeldes para cicatrizar. Duelen profundamente, les lleva más tiempo recuperarse.
Recuerdo que tuve la oportunidad de hablar con algunas amigas acerca del proceso que me llevó perdonar a una persona que me hizo suficiente
daño hablando tantas barbaridades sobre mí, calumniándome y logrando que otros
se llenaran de prejuicio contra mí por razones por las que Dios siempre me
llamó inocente. Dios me fue llevando por un camino continuo para poder perdonar
y mostrar gracia, incluso cuando para mi corazón era difícil entenderlo y
aceptarlo.
Dios me decía que no tratara a esa persona ni a ninguna otra como me
había tratado. Esa no era Su manera, y además, yo sabía cuál era ese lugar de
sufrimiento y no quería que nadie más estuviera ahí. Tampoco quería que se
crearan raíces de amargura en mi corazón (porque el resentimiento no le hace
daño a nadie más que a nosotros mismos) y sabía que la sanidad llegaría con el
abrazo completo al amor y al perdón. Al perdonar, dejaba que Dios hiciera
justicia a Su manera y centraba mi mirada en que mi herida fuera glorificada,
en que cicatrizara.

El proceso de dolor me enseñó mucho más de lo que alguna vez
imaginé. El dolor formó mi carácter, incluso me hizo salir de mi zona de
confort, me mostró mi propia debilidad y me hizo aún más valiente y digna.
A veces nos cuesta tanto mostrar esas cicatrices porque esconden una historia
de sentimientos muy dolorosos e intensos, pero tienes que saber, amigo y amiga,
que Dios ve tus cicatrices como joyas que puedes portar con orgullo, tú también
deberías comenzar a verlas así, porque son un TRIUNFO. Son tu victoria. Son medallas.
Una de mis amigas atravesaba por algo muy doloroso también, así que nos
alentábamos mutuamente y cuando escuchaba mi testimonio y cómo Dios me había llevado
a la libertad, se sorprendía y quería aplicar lo que escuchaba para su
vida.

Cuando Jesús se les aparece a sus discípulos en el Evangelio de Juan 20:20 les muestra sus
manos y sus heridas. Solo de esa forma ellos pueden creer que Él realmente es el Hijo de Dios. Los discípulos
corren a contárselo a los otros discípulos, pero Tomás les dice: "Hasta
que yo no vea las manos de Jesús y toque sus cicatrices, no lo creeré".
Semanas después Jesús los visita y le dice a Tomás que toque sus cicatrices. ¿Por
qué Jesús, que ya había vencido a la muerte, sanado a tanta gente, levantado a
paralíticos y enfermos, y que estaba casi a punto de retornar a su hogar en el
Cielo, volvió con cicatrices en las manos? ¿Siendo Dios, no tenía la capacidad de volver sin
cicatrices, completamente nuevo?

Jesús, incluso al final de sus días en la Tierra,
quería que supiéramos que Él nos entiende, y que debido a eso, podemos confiar
en Él. Dios tenía preparado el proceso de las heridas de su propio Hijo, para
que en el momento en que cicatrizaran, mostraran Su gloria.
Cuando Tomás tocó el costado
de Jesús, se asombró y creyó.
Las heridas de Jesús solo expresaban victoria sobre la muerte
y el pecado, amor indescriptible por ti y por mí y el regalo más grande: la libertad.
¡Las heridas de Jesús contaban una historia de dolor, pero
sus cicatrices eran el triunfo final de esa historia!
La vulnerabilidad es el camino para conectar con las personas.
Para mí siempre ha sido difícil compartir mis heridas con personas que no me conocen. Incluso a veces, revelarles a personas cercanas ciertas situaciones me es difícil, porque me siento vulnerable y débil. Soy una persona a la cual le gusta tener su vida bajo control, soy organizada a la hora de llevar a cabo mis actividades y me gusta tener un plan que haga de ellas un poco más ligeras de sobrellevar, esto también es debido a que tiendo a estresarme y a sentir ansiedad con facilidad… así que no me agrada ser aún más vulnerable con personas con quienes ni siquiera tengo la confianza para expresarme. (Si sientes algo parecido a lo que yo siento, ¡dame cinco!).
Estas semanas, Dios ha tratado con este aspecto de mi vida y
me ha dicho: “Es tiempo de cambiar de paradigma. Es tiempo de entender que por
medio de esto yo mostraré mi gloria”.

Ser vulnerable y contar la historia de tu cicatriz te da la
oportunidad de ver la gloria de Dios y que ellos la vean por medio de tu dolor.
Un pastor que estaba escuchando esta semana dijo: “La vulnerabilidad al hablar
con las personas de tu iglesia te lleva a crear confianza”. Porque todos somos uno/una misma ante la Cruz de Jesús, estamos al mismo nivel.
Dios, a través del dolor, está transformando los corazones de miles
de personas, limando asperezas en nuestra personalidad y probando nuestro
carácter. Todos somos humanos, todos estamos en procesos diferentes. Todos
tenemos heridas que pronto se convertirán en cicatrices. Todos tenemos
cicatrices que alguna vez fueron herid as. Un momento de dolor al lado de Dios
enseña muchas más cosas, te hace superarte y madurar que cien años de felicidad.
Cuéntale a alguien eso que hace tiempo te dolió muchísimo,
eso en lo que fallaste y te sentiste culpable, eso que te asustó tanto, esa
situación en la que casi te rindes y soltaste la toalla y cómo Dios transformó
tu vida y corazón al pasar por esa herida. Porta esas cicatrices con orgullo,
porque ellas impactan a las personas que tienes alrededor, sean familiares,
amigos, conocidos o hermanos de la iglesia. Les proveen de esperanza y aliento.
¿Estás lista/listo para mostrar tus cicatrices a otras
personas para que ellas puedan conocer a ese Dios verdadero que te salvó y te
transformó?
Lectura en donde puedes encontrar más información (seas mujer u hombre):
📌Cuando una mujer supera las heridas de la vida, Cindi McMenamin, Editorial Portavoz, 2018.
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