04 julio, 2020

Tus cicatrices: joyas que muestran la gloria de Dios.


Toda cicatriz alguna vez fue una herida, toda herida tuvo un proceso para llegar a ser una cicatriz: ellas cuentan una historia de lucha y de superación.
Me encanta la forma en la que el cuerpo humano fue diseñado de forma tan sabia e increíble por Dios que responde ante el más mínimo ataque de cualquier agente externo, y además, tiene la función de ayudarnos, minimizar el dolor y renovarse por sí solo. Me recuerda lo que 2 Corintios dice: "Lo viejo ha quedado atrás, ahora todo es nuevo".

Las cicatrices tienen una buena historia que contar debido a que el cuerpo invirtió tiempo y esfuerzo para sanar. Lo mismo sucede con nuestras heridas emocionales: para convertirse en cicatrices, para que podamos portarlas con orgullo, necesitan de un proceso arduo. No obstante, las heridas del corazón son más rebeldes para cicatrizar. Duelen profundamente, les lleva más tiempo recuperarse.


Recuerdo que tuve la oportunidad de hablar con algunas amigas acerca del proceso que me llevó perdonar a una persona que me hizo suficiente daño hablando tantas barbaridades sobre mí, calumniándome y logrando que otros se llenaran de prejuicio contra mí por razones por las que Dios siempre me llamó inocente. Dios me fue llevando por un camino continuo para poder perdonar y mostrar gracia, incluso cuando para mi corazón era difícil entenderlo y aceptarlo. 
Dios me decía que no tratara a esa persona ni a ninguna otra como me había tratado. Esa no era Su manera, y además, yo sabía cuál era ese lugar de sufrimiento y no quería que nadie más estuviera ahí. Tampoco quería que se crearan raíces de amargura en mi corazón (porque el resentimiento no le hace daño a nadie más que a nosotros mismos) y sabía que la sanidad llegaría con el abrazo completo al amor y al perdón. Al perdonar, dejaba que Dios hiciera justicia a Su manera y centraba mi mirada en que mi herida fuera glorificada, en que cicatrizara.

Dios cicatrizó esa herida y la revistió con una capa nueva de piel. Con una nueva capa de amor.
El proceso de dolor me enseñó mucho más de lo que alguna vez imaginé. El dolor formó mi carácter, incluso me hizo salir de mi zona de confort, me mostró mi propia debilidad y me hizo aún más valiente y digna.
A veces nos cuesta tanto mostrar esas cicatrices porque esconden una historia de sentimientos muy dolorosos e intensos, pero tienes que saber, amigo y amiga, que Dios ve tus cicatrices como joyas que puedes portar con orgullo, tú también deberías comenzar a verlas así, porque son un TRIUNFO. Son tu victoria. Son medallas.
Una de mis amigas atravesaba por algo muy doloroso también, así que nos alentábamos mutuamente y cuando escuchaba mi testimonio y cómo Dios me había llevado a la libertad, se sorprendía y quería aplicar lo que escuchaba para su vida. 

Las cicatrices son tu victoria porque después de un tiempo podrás ver la gloria que ellas les mostrarán a otros. La historia de esas cicatrices también estuvo en las manos de Dios, así que cada vez que compartes tu historia de victoria, muchas otras personas ven el poder transformador de Dios

Cuando Jesús se les aparece a sus discípulos en el Evangelio de Juan 20:20 les muestra sus manos y sus heridas. Solo de esa forma ellos pueden creer que Él realmente es el Hijo de Dios. Los discípulos corren a contárselo a los otros discípulos, pero Tomás les dice: "Hasta que yo no vea las manos de Jesús y toque sus cicatrices, no lo creeré". Semanas después Jesús los visita y le dice a Tomás que toque sus cicatrices. ¿Por qué Jesús, que ya había vencido a la muerte, sanado a tanta gente, levantado a paralíticos y enfermos, y que estaba casi a punto de retornar a su hogar en el Cielo, volvió con cicatrices en las manos? ¿Siendo Dios, no tenía la capacidad de volver sin cicatrices, completamente nuevo?

Por supuesto que sí. Si hubiera querido, hubiera vuelto sin cicatrices, pero al final del capítulo 20, Juan nos recuerda: "...estas cosas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida". 
Jesús, incluso al final de sus días en la Tierra, quería que supiéramos que Él nos entiende, y que debido a eso, podemos confiar en Él. Dios tenía preparado el proceso de las heridas de su propio Hijo, para que en el momento en que cicatrizaran, mostraran Su gloria.
Cuando Tomás tocó el costado de Jesús, se asombró y creyó. 
Las heridas de Jesús solo expresaban victoria sobre la muerte y el pecado, amor indescriptible por ti y por mí y el regalo más grande: la libertad.
¡Las heridas de Jesús contaban una historia de dolor, pero sus cicatrices eran el triunfo final de esa historia!

La vulnerabilidad es el camino para conectar con las personas.

Para mí siempre ha sido difícil compartir mis heridas con personas que no me conocen. Incluso a veces, revelarles a personas cercanas ciertas situaciones me es difícil, porque me siento vulnerable y débil. Soy una persona a la cual le gusta tener su vida bajo control, soy organizada a la hora de llevar a cabo mis actividades y me gusta tener un plan que haga de ellas un poco más ligeras de sobrellevar, esto también es debido a que tiendo a estresarme y a sentir ansiedad con facilidad… así que no me agrada ser aún más vulnerable con personas con quienes ni siquiera tengo la confianza para expresarme. (Si sientes algo parecido a lo que yo siento, ¡dame cinco!).
Estas semanas, Dios ha tratado con este aspecto de mi vida y me ha dicho: “Es tiempo de cambiar de paradigma. Es tiempo de entender que por medio de esto yo mostraré mi gloria”.
Hablé con mis amigas sobre el perdón, hablé con ellas acerca de la difícil situación de la pandemia y lo que Dios estaba haciendo, hablé de que estaba tan triste y desanimada porque Dios me estaba haciendo esperar. Revelé cicatrices que solo revelo con mi novio o con mi mamá. Fue entonces cuando entendí que estaba bien, que el ser vulnerable no significa ser débil, significa que eres más valiente y victorioso de lo que te imaginas. Está bien no estar bien todo el tiempo.

Ser vulnerable y contar la historia de tu cicatriz te da la oportunidad de ver la gloria de Dios y que ellos la vean por medio de tu dolor. Un pastor que estaba escuchando esta semana dijo: “La vulnerabilidad al hablar con las personas de tu iglesia te lleva a crear confianza”. Porque todos somos uno/una misma ante la Cruz de Jesús, estamos al mismo nivel.
Dios, a través del dolor, está transformando los corazones de miles de personas, limando asperezas en nuestra personalidad y probando nuestro carácter. Todos somos humanos, todos estamos en procesos diferentes. Todos tenemos heridas que pronto se convertirán en cicatrices. Todos tenemos cicatrices que alguna vez fueron heridas. Un momento de dolor al lado de Dios enseña muchas más cosas, te hace superarte y madurar que cien años de felicidad.

Cuéntale a alguien eso que hace tiempo te dolió muchísimo, eso en lo que fallaste y te sentiste culpable, eso que te asustó tanto, esa situación en la que casi te rindes y soltaste la toalla y cómo Dios transformó tu vida y corazón al pasar por esa herida. Porta esas cicatrices con orgullo, porque ellas impactan a las personas que tienes alrededor, sean familiares, amigos, conocidos o hermanos de la iglesia. Les proveen de esperanza y aliento.

¿Estás lista/listo para mostrar tus cicatrices a otras personas para que ellas puedan conocer a ese Dios verdadero que te salvó y te transformó?




Lectura en donde puedes encontrar más información (seas mujer u hombre):
📌Cuando una mujer supera las heridas de la vida, Cindi McMenamin, Editorial Portavoz, 2018.

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