27 junio, 2020

Lloremos con los que lloran.



El 2 de septiembre de 1945 terminó la Segunda Guerra Mundial, pero mentalmente cada persona seguía luchando desde su trinchera. El tiempo fue revelando que la situación post-bélica había dejado cicatrices muy profundas dentro de la sociedad. Además de la deuda económica y el desastre político que tenían que solucionar las grandes potencias, había familias desaparecidas y desintegradas, millones de jóvenes muertos en combate y otras miles de mujeres abusadas sexualmente, judíos que fueron exterminados y dos ciudades japonesas cremadas; la depresión, la ansiedad, el trastorno post-traumático se incrementaron y eran consecuencias que dejarían una marca permanente en el alma del ser humano.

Fue un trauma social catatónico y muy difícil de olvidar, es por eso que se reescribe una y otra vez en la literatura, en el cine y en cualquier otro tipo de arte como una forma de sobrevivencia, de sanidad mental y emocional. Fue uno de los episodios históricos más difíciles de asimilar, con heridas que nunca sanaron para algunos. Cuando leemos acerca de esto, la herida vuelve a abrirse y el corazón se conmueve y se horroriza.

La vida de las personas había cambiado completamente. Al terminar la guerra, se adentraron en un futuro incierto, que parecía saturado de desesperanza
Se enfrentaron mentalmente a una “nueva normalidad” después de haber perdido la identidad como seres humanos. Esas personas tal vez nunca habían vivido una situación tan crítica nunca antes en sus vidas. Piense en los niños y jóvenes. 
Actualmente no estamos viviendo una guerra, pero una pandemia es una situación igual de crítica (que en mi opinión se le asemeja). Si la historia nos recuerda el pasado y crea un diálogo para interactuar con nuestra memoria colectiva, probablemente es debido a que esa escena del pasado se convertirá pronto en la escena del presente. Si no es que ya está sucediendo.
Al regresar a nuestras iglesias nos toparemos con nuestros hermanos y hermanas, niños, adolescentes y jóvenes que seguramente tendrán heridas emocionales y psicológicas abiertas, que siguen sangrando, incluso aunque no lo demuestren.
Despierta, iglesia. Tendremos que prepararnos para que Dios nos use para aliviar el dolor. 
Observa cuidadosamente lo que sucede en tu congregación. Ve al fondo de lo que más duele: ¿Qué hay de las personas infectadas que no sobrevivieron? ¿De las familias que se perdieron entre sí? ¿De los hijos y nietos que no pudieron despedirse de sus abuelos que murieron en soledad? ¿Qué hay del universitario que estaba tan ilusionado por su graduación y lo único que obtuvo fue un certificado por internet? ¿Qué hay del cansancio, el estrés y la ansiedad que muchos sentimos al tener que estar dentro de casa, trabajando y estudiando? ¿Qué hay de la economía en el hogar? ¿Qué hay de las parejas que tuvieron que separarse por estar infectados, qué hay de los divorcios, de los problemas en casa o de las mujeres agredidas sexualmente por sus propios familiares? Observa a doctores y enfermeras que llegan devastados a sus casas y que tienen que estar separados de sus familias. Traumas, traumas, traumas que pueden surgir por todos lados.
Es momento de tener ese amor fraternal del que nos habla la Biblia, porque cuando regresemos a nuestros iglesias, la gente va a estar rota y devastada, necesitará de un abrazo sincero, necesitarán que lloren con ellas y que muestren que el futuro aún alberga paz, felicidad y esperanza. Tenemos un propósito como Hijos e Hijas de Dios: demostrar que realmente lo somos, ¿y cómo? Cultivando nuestro amor y la fe en Jesús, ya que esa es la única manera en que podremos abrazar y conectar con los necesitados.
Las personas afectadas necesitarán sanar. Para esto, hablar de lo ocurrido  será primordial en un ambiente de seguridad, dentro de un círculo de personas donde no se sientan vulnerables, juzgadas o atacadas. Necesitarán ser honestas acerca de su dolor para poder sanar. Necesitarán saber que son amadas, que no es su culpa y que Dios tiene misericordia incluso cuando pasamos por dolor y pérdida. Él es experto en construir obras de arte de las ruinas. El dolor para un cristiano tiene propósito y nunca es en vano.
Necesitaremos ser líderes que dejen la zona de confort para crear nuevos grupos y ministerios enfocados en la sanidad de traumas y heridas emocionales, compartiendo lecciones, dinámicas y momentos de diálogo y honestidad en donde conectemos con las personas para que  puedan ser encontradas y transformadas de dentro hacia afuera por Jesús, quien murió para sanar todas nuestras dolencias y sufrimiento.

Es hora de convertirnos en una iglesia, con un mismo espíritu, enfocados en el amor y la verdad con la que Cristo nos llamó. Somos el cuerpo de Cristo y este es el momento para prepararnos. Somos una familia y debemos olvidarnos de nosotros mismos y comenzar a amar de forma irracional, con el amor de Dios. Dar la vida por el otro, gozarnos con quien se goza y llorar con los que lloran.

En Juan capítulo 11, antes de que Lázaro muriera, le llegaron noticias de María y Marta de que Lázaro estaba grave, tenía una enfermedad. La reacción de Jesús es una que nadie se esperaba: Le dijo a sus amigas que “esa enfermedad no era para muerte, sino para mostrar la gloria de Dios” y tomó una decisión: quedarse en donde estaba dos días más, no iría a ver a su amigo en ese momento. 
¿Cómo es posible? ¡Pero, vamos, Lázaro era su amigo! 
¿Por qué no corría a Betania ver qué le sucedía?
Jesús tenía un plan maravilloso, pero aun así estaba entristecido. Sabía que Lázaro sufriría y moriría, y que la familia de Lázaro también estaría devastada. Cuando llegó a la casa de Lázaro, Jesús se entristeció todavía más al ver la situación y el dolor de las personas allí reunidas. Entonces lloró por ellos, pero le recordó a María que en medio de la pérdida, Dios está al volante y Él sigue teniendo el control: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá". Jesús resucitó a su gran amigo y la gloria de Dios se mostró a través del dolor. Nuestras heridas tienen un propósito.
Eso es lo que les diremos a nuestras hermanas y hermanos que tal vez se sientan muertos por dentro, que sus traumas estén robándoles la paz y la vida: Jesús te hará resucitar, igual que a Lázaro. Dios mostrará su gloria por medio de tus heridas.



¡Muchas gracias por leer esta publicación! Estas semanas estaremos profundizando en el tema de la sanidad de heridas y el servicio a tu congregación en relación con este tema.
¡Cuéntame en los comentarios cómo Dios ha impactado tu vida al leer estas palabras! ¡Tienes libertad para compartirlo con todos tus amigos!


Priscila Peñaranda.



Lecturas y recursos donde puedes encontrar más información:
📌Jaynes, Sharon, Tus cicatrices son hermosas para Dios, Editorial Mundo Hispano, Colombia, 2007. [https://www.amazon.com.mx/Tus-cicatrices-hermosas-para-Dios-ebook/dp/B003UV8MOC]
📌Elliot, Elisabeth, Sufrir nunca es en vano, B&H Publising Group, Nashville, E.U, 2019. [http://lifewaymujeres.com/wp-content/uploads/2020/03/Sufrir-Nunca-es-en-Vano-.pdf]
📌Ministerio Trauma Healing Institutehttps://traumahealinginstitute.org

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