Los prehispánicos, los mexicas, le daban un valor muy especial a toda la materia. Explicaban lo que les parecía majestuoso y fascinante con una linda palabra: teutl. Significa "dios".
Ellos le ofrecían un respeto especial al mar, a las estrellas, a los animales, al sol, inclusive a las personas.
Y el valor provenía de lo que eran, no de cómo se veían y de la belleza de la esencia que tenían.
El mar es tan infinito, las estrellas tan vastas y brillantes, los animales son valientes, el sol es inaccesible a la vista, pero tan brillante, y ninguno de nosotros es igual al otro.
No sabes cuánto me gustan las estrellas, así que te contaré un poco de mi teoría del valor:
El valor de las estrellas está en que el caos es su medio de nacimiento y en que la muerte no detiene su brillo ni su luz.
Imagina esto. Miles de fragmentos de materia de nubes frías de gas y polvo que flotan en el espacio (nebulosas) se atraen gravitatoriamente y se van juntando hasta formar una gran masa. Este conglomerado, por efecto de la gravedad, se contrae sobre sí mismo y entonces comienza a aumentar en el centro la densidad, la presión y el calor. Eso quiere decir que para que una estrella se forme, los elementos necesitan pasar por un proceso de prueba, lo que ocasiona que los átomos se muevan más y más rápido, chocando entre sí, hasta que se hace una explosión colosal y es ahí cuando nace una preciosa estrella.
Después de pasar toda una vida brillando y siendo hermosa, la estrella muere. ¿Pero sabes qué es lo más fascinante? Que la muerte no puede detener su luz. Su pasado es un legado, su pasado es un testimonio tan impactante y es tan poderoso, que el espectro de su luz es imparable.
Hay algo en la historia de las estrellas que inspira.
Es la metáfora de nuestras vidas. Muchas veces tenemos que pasar por un momento de prueba para que así pueda nacer por medio del gran caos nuestra propia e increíble estrella.
Y honestamente, para mí eso es algo grande. Grande, grande, increíblemente grande.
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