27 octubre, 2017

DÍA 27: ¡RÓMPETE!

Ella solo quiere un momento de paz. No sé qué es lo que pasa por su cabeza, honestamente. Pero escapa de su realidad, y como no tiene dinero para viajar a toda Europa, prefiere explorar en sus libros. Es un tipo de viaje que parece disfrutar, porque se lanza a este silloncito aquí en  la segunda planta de la casa y sonríe. Se quita los crocs que usa para descansar los pies y deja que los rayos de sol que entran dorados por la ventana la empapen. Alrededor hay miles de plantas, en color, verde. Y un cactus pequeño que hace juego. 



Yo la sigo lentamente por las escaleras, acechándola. Es una delicia, podría decir. Me la comería si fuera un león. Pero la quiero más que para que solo sea mi víctima. Le he tomado cariño, lo acepto, aunque a veces siempre está gritándome porque destruyo macetas o me echo gases en la cocina. 
Llego ahí, frente a ella y no puedo hacer nada más que observar sus pestañas al parpadear. Está tan indefensa e intacta, podría ser un buen momento para lanzarme en ella y asustarla un poquito, sería divertido.
Corro como un loco hasta que salto al sillón, sobre ella, y me voy directo contra su libro y el libro se va directo contra su cara. He calculado mal mi caída y me lastimé las orejas, ¡caracoles!
Ella no me grita, pero se ríe abiertamente. Me da algo en la panza cuando la oigo reír así. Podría decirse que me gusta que se ría tan fuerte. Me gusta más eso a que me grite o me pegue en mi cola o en la cabeza. Entonces me toma entre sus manos y me baja cuidadosamente al suelo.
"Siempre tan torpe, Rufus. Eres un travieso".
Me resigno a jugar un rato y le doy la vuelta al sillón. En la parte del costado por debajo siempre puedo afilar mis garras. 
Levanto las patas, saco las garras y empiezo a afilar. Me encanta el sentimiento reconfortante que deja tener una garritas tan bien afiladas. Esa hermosa sensación cuando se están introduciendo en la tela y se atoran un poco antes de sacarlas y repetir el proceso. 
Lo que más orgullo me trae es que estoy a punto de romper esa tela que antes parecía tan resistente. Ahora hay hilachos por todos lados y de tanto rascar, la lana ya está en el suelo. Observo, y creo que le queda muy poco tiempo de vida. 
"Te voy a matar", le maullo a la tela aunque no pueda hablarme ella. Rasco, rasco, rasco fuerte, no me detengo ni una vez. 
Rómpete, rómpete, rómpete! ¡Es ahora o nunca!".
Le doy una rasguñada atroz a la tela y se rompe. Se escucha cómo se rasga y doy un maullido de victoria. ¡Lo logré, amigos!

Volteo hacia arriba y ahí tengo la mirada de mi señorita, a punto de gritarme y lanzarme el cactus encima. Es su sillón favorito y le he dado muchos problemas. A decir verdad, también es mi sillón favorito. Y acabo de destrozarlo.

"¡Rufus! ¡Gato malvado! ¿Qué hiciste?".


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