Hace un día que llegué de un viaje de tres días con una amiga y un amigo a un lugar en México que no está muy lejos del D.F. y que cada vez me gusta más porque es tranquilo y mágico y tiene una eterna primavera (y porque es tan tranquilo que puedes estar en bicicleta por todos lados).
Nadé, hice ejercicio sin pensármelo jugando, comí bastante, reí bastante, visité algunos lugares, tomé varias fotos, me resfrié el día antes de que nos fuéramos, mejoré mientras estábamos allá, desveladas por café, pláticas, baños a la una de la mañana y mi medicamento. Me mantuve desconectada del mundo entero pero totalmente activa en lo que vivía en el momento. Eso me encantó. Además de todo, y la cosa más creativa e interesante:
aprendí un poco más sobre Dios y sobre la vida. Nada de fiestas, alcohol, drogas o sexo. Eso no es necesario para ser feliz.

¡Me divertí a lo grande y aprendí fiesta!
Y al llegar a casa lo único que me invadió como si me estuviera atragantando fue la realidad. Todo de lo que puedes "depender", como por ejemplo, las malnacidas redes sociales. No digo que las odie, porque lo acepto, siempre tengo que estar aunque sea en una de ellas. Pero vale, diré la verdad: no soporto facebook. Me harta, lo odio. Es estresante y superficial. No suelo abrirla por esas razones. Y entonces comienzan a llegarte todos los mensajes de WhatsApp como flechas directo a los ojos. Tienes una realidad y un mundo al que acceder.

Pienso en esas personas a las que les he dicho adiós, pienso en las otras a las que les he dicho hola. Pienso en los momentos más felices. Pienso en este viaje, en lo que pasé y aprendí. Pienso en que al final, como todo, teníamos que despedirnos.
Pienso en los cambios que ha habido en mi vida y las personas y momentos que han hecho cambiar este año de vida. Dicen que cuando algo se va, algo mejor viene. Y lo que siembras, cosechas y que un cambio a veces es lo mejor.

Y con esto, no me resta más que decir que no hay despedidas, hay nuevos saludos.
No hay cambios, hay una preciosa transformación.
Y sobre todo, hay renovada esperanza.
Y el único Autor de la esperanza, de esa chispa que que nos saludará, nos transformará y no se despedirá nunca... es Jesucristo.
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