03 agosto, 2016

Quédate. Quédate. Quédate.


Le dije que se quedara.
Iba en serio.
En serio.
Le dije que no podía irse, y no le importó.
No le importó, y partió.

La amaba, se lo demostré. Puse mis venas en las suyas, besé sus parpados, lavé sus pies, coloreé sus mejillas. ¿El tiempo en que hice todo eso no fue suficiente?
Ella me cantó al oído, con ese dulce trino que siempre entonaba. Recogió mis pedazos rotos e hizo un mural con ellos, una pintura al aire libre, en el cielo azul. Pero no en su corazón.

Le vendí mi alma a un ángel, pero resultó ser un demonio.

Entonces la vi un día desnuda. Indefensa. Adorable. Tuve miedo.
Quise rozar sus hombros con mis dedos, pero me di cuenta que otro ya había rozado sus piernas contra las de él.
Ella sabía que yo lo sabía, y aún así me sonrió descarada, y no quiso detenerse en mis brazos, pero se detuvo en una cama que no era la mía.
Entonces decidí que si ella podía ser un demonio, yo podía ser la peor pesadilla del demonio. 

Saqué una daga que estaba escondida en lo profundo de mi alma, aquella parte de mi alma que no le vendí, me recosté en nuestro lecho de flores podridas y recorrí todas las memorias. Tan libres y resueltas como el viento. 

Mi preciosa daga fue haciendo su trabajo, penetrando y despedazando cada una de ellas.
Y entonces llegué al recuerdo, ese en donde la conocí. Ella me miró con esos ojos brillantes y dulces y yo la miré como la primera vez, pero no con los mismos ojos. 

Y le dije: ¿Recuerdas cuando sentías que las montañas eran demasiado altas para ti, y yo te llevaba a la cima para que olvidarás tu terror, y cuando empezabas a llorar, y yo también lo hacía, y cuando tú mirabas la belleza del atardecer,  y yo te miraba a ti porque tú eras mi belleza? ¿Te acuerdas cuando creías que los árboles eran mounstros, y yo los escalaba para que olvidaras el pánico, y cuando estábamos en medio de la lluvia torrencial y tú solo me mirabas a mí? 
Tú solo me mirabas a mí. Yo sí lo recuerdo.

Y su rostro estaba confundido, entonces dijo: ¿Así que estamos fuera de peligro ya?

Entonces sonreí, pero no amablemente: "Te estoy dejando libre". Y mi daga hizo su trabajo entre su ombligo y sus entrañas, destrozando su vida.

La sostuve en mis brazos por última vez, como tanto había querido, y al ver que jadeaba por respirar el aire que yo respiraba y pensar que ella había pintado mi vida en el cielo con pintura azul y ahora el karma había llegado a cobrar por fin su cuota y era pintura roja la que salía de su boca, lloré... y mis lágrimas la hundieron todavía más.

Las mujeres solo quieren amor a base de tortura.

Así que le dije que se quedara. Quédate. Quédate. Quédate.
Iba en serio.
En serio.
Le dije que no podía irse, y no le importó.
No le importó, y partió.




NOTA: Creo que ver tanto Game of Thrones me está afectando. 

Copyright© 2016 por Priscila P. Dávila. Todos los derechos reservados. Con la tecnología de Blogger.

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