18 diciembre, 2015

¿A qué sabe escribir?





Hace dos o tres años me quedé sin computadora por que un gran virus se la comió lentamente y la echó a perder. Si la computadora hubiera sido un humano, la enfermedad que hubiera tenido sería el cáncer. 
Estaba escribiendo una novela corta de misterio y romance, era de un vampiro en Dinamarca, con castillos góticos, sangre, espadas y damiselas en peligro. Tenía algunos cuentos que había escrito con el tiempo guardados en la computadora, también tenía otra novela de ficción cristiana con romance y el mundo espiritual y acción y un boom de sorpresas. 
Aparte de mis cuentos y novelas, tenía más de cincuenta cómics guardados en un programa especial para leerlos del que ya no tengo memoria. Sí, me encantaban los cómics, no sé cómo, pero me la pasaba leyendo cómics. Aún sigo amando al Universo Marvel y a DC Comics... y a Stan Lee, por cierto.
Tenía una buena cantidad de canciones descargadas.

Mi tío reparó la computadora, y cuando dos meses después me la entregó estaba como nueva. Funcionaba a la perfección y era rápida. Estaba limpia.

Pero todas mis novelas, mis cuentos, los cómics y las canciones se fueron al infinito y más allá. A la basura infinita del software de un aparato increíble.
Imaginen eso. (Yo no puedo).
No me da miedo recordar esa época aun por lo triste y frustrante que fue. 
Siempre he creído que todo tiene un propósito en esta vida y siempre hay una lección para cada cosa.

Cuando todavía tenía la computadora y antes de que todo el problema me atropellara, me gustaba escribir a la antigua: en papel y con pluma. Hacía ensayos de dos o tres hojas de ambos lados y me dejaba llevar. Cuando la computadora se fue, aunque yo no lo sabía, esa sería la circunstancia perfecta para saborear mejor mi propia escritura. Ya le había encontrado un sabor desde la prehistoria, pero ahora tenía que saber qué era sentirse en los anales de la historia y palpar lo que hacía con mis dedos. Sentir la tinta y a qué sabía.
Yo no puedo quedarme sin escribir. Es mi mundo y toda mi vida. Cuando no escribo siento que me falta el aire, se me hace un hueco en el alma. Me falta algo para terminar mi día bien. 
Entonces pensé que si no tenía computadora no me iba a quedar llorando todo el año por lo que había pasado tirada en el vil suelo. No. 
Me levantaría, tomaría las hojas de papel blancas que necesitara, iría por la pluma, me sentaría en mi siempre fiel silla y en ese mueble donde se había quedado el solitario espacio sin computadora iba a escribir.
Por alguna razón, en ese entonces le había pedido a mamá que me comprara una pluma fuente y las hojas de papel que usaba eran tamaño oficio, así que imaginen qué emoción para mí.

Lo primero que me dije a mí misma fue: "Me siento como Jane Austen".
Dante Allighieri no pudo relatar aquellos infiernos sin tomar la pluma fuente y la hoja casi roída y vieja. Shakespeare escribió a tinta y a hoja, John Bunyan no se quedó atrás.
No podía creerlo, pero estaba en los anales de la Literatura. Me sentía como Anne Hathaway representando su papel de Jane Austen en Becoming Jane.

Y escribí y escribí y escribí... Y ESCRIBÍ. ¡Lo estaba logrando con una pluma fuente! 
¿Saben en qué terminó todo? En la novela que finalicé y estoy auto editando ahora.

No sabía qué tan bien se podía sentir escribir a mano, a pluma fuente y a papel de aquella manera. Viví el momento, sentí el papel, me manché de tinta los dedos, me comí mis palabras, me tragué los sentimientos. 

Supe, sentí y saboreé que eso era en verdad, la gloria.


¿A qué sabe escribir? Sabe a galletas navideñas, a una paleta de chocolate, sabe a comida mexicana, a comida italiana, sabe a fresas con crema, sabe a reír hasta que te duela el vientre, sabe a mirar un atardecer, sabe a enamorarte, sabe a tener un corazón roto, sabe a momentos, vídeos, fotos polaroid que te sacan una sonrisa. Sabe a viajar a la playa, sabe a sentir el viento en tu cabello, sabe a oler una rosa, sabe a sentir el sol en tu piel, sabe a mirar las estrellas. 


Sabe a un infinito. 

¿Quieres probar?













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